En estos días, en los Consejos Técnicos Escolares de las escuelas de educación Básica de todo el país, los maestros y maestras desde preescolar hasta secundaria analizan los principios pedagógicos y los ejes curriculares de la propuesta del Modelo Educativo 2016.
Entre otras novedades, este Modelo le pide más horas lectivas a los maestros, distribuye en el mapa curricular las horas de la jornada que se deben dedicar a cada asignatura y a cada área, y plantea algo que denomina autonomía curricular, que básicamente consiste en un tiempo de la jornada donde cada escuela podrá decidir los contenidos que desea impartir a sus alumnos, con entera libertad de gestión.
El Nuevo Modelo es una de las siete prioridades para aterrizar la reforma educativa, y ha sido fuertemente cuestionado por su elaboración express y sin consulta a los artífices del fenómeno educativo, que son los maestros.
Para legitimarlo, la SEP ha abierto un sitio en internet donde todos los interesados (maestros, padres de familia, investigadores, sociedad en general) podrán hacer las observaciones y comentarios que estimen pertinentes, que serán incorporados en una versión final de los documentos. La consulta estará abierta hasta el último día de este mes.
Yo sigo pensando que el sistema educativo del país requiere por supuesto una revisión profunda, pero esta no necesariamente para por la inveterada costumbre de derogar y dictar nuevas leyes. Creo que el problema no es de marcos normativos, sino de una cultura y un sistema escolares caducos.
Cada vez más padres buscan escuelas con una pedagogía alternativa ( Waldorf, High Scope, Pikler, Montessori, etc…), o incluso deciden escolarizar en casa, ante la evidencia innegable de las grandes carencias del sistema educativo estandarizado. Todos estos métodos alternativos tienen algo en común, y es que están basados en la motivación y no en la disciplina o la obediencia ciega, en la enseñanza personalizada, con maestros formados, sensibles y con tiempo y capacidad disponibles para ello.
El Modelo 2016 plantea este enfoque de trabajo. Pero el asunto está en cambiar la cultura magisterial y las exigencias del común de los padres de familia que aún esperan que los niños memoricen conocimientos y realicen largas tareas.
En estos “tiempos difíciles”, todas las sociedades tendremos que pasar del sistema escolar homogeneizador de la era de la industrialización, al sistema de la tercera ola, el de la creatividad, del “aprender a aprender” como meta más valiosa, del trabajo con las emociones, de la búsqueda para que cada niño y joven encuentre ese talento innato que le lleve a hacer algo único e irrepetible.
Y para eso necesitaríamos cumplir con algunas condiciones: Más recursos dedicados a la educación; menos aulas encerradas, espacios más abiertos, más contacto con la naturaleza y con la realidad social; menos alumnos por maestro; maestros formados con la capacidad real y legal de trabajar en las aulas con más talento y creatividad, con la sensibilidad y la capacidad emocional para atender a cada niño como se merece y necesita, desde el punto y la situación en la que esté.
Se requiere también cambiar el sistema de valores: un maestro, aquel que cuida y educa desde la más tierna infancia a aquello que más queremos, tiene que ganar más y tener más apoyo social y prestigio que un ejecutivo de la banca. ¿Cómo es que damos a ganar dinero a los banqueros, y no a quienes cuidan y forman lo más preciado de las familias y de la sociedad?
Y sobre todo, creo que se requiere trabajar la excelencia no solo intelectual, sino sobre todo en lo emocional.
Formar primero personas y luego profesionales. Que los alumnos sean capaces de convivir y respetar las diferencias; que aquellos con ritmos más lentos o estilos diferentes de aprendizaje, o por el contrario, los muy inteligentes, diferentes y creativos, no reciban burlas ni abusos de sus compañeros, y sí el apoyo necesario por parte del personal docente y de todo el mundo.
