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EDUCAR CON Y EN EL RESPETO...
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Cuando miro las conductas y comportamientos de los niños y adolescentes de estos tiempos postmodernos, no puedo evitar pensar que el problema por el cual a algunos padres se nos ha salido de control esta situación tiene que ver con el respeto. Pero no tanto pensando en el debido respeto de los hijos por sus padres, sino justamente, en el sentido contrario: una crianza respetuosa de parte de los padres hacia sus hijos. Nadie da lo que no tiene.

Si nos vamos a la definición, vemos que la palabra”respeto” deviene del latín “respectus”, que significa “acción de mirar atrás”, “consideración, atención”. El respeto entonces, como decía nuestro insigne Benito Juárez, es reconocer el derecho ajeno, es “el reconocimiento, atención, consideración o deferencia, que se debe a otra persona”.

En nuestras formas y estilos de criar, es común que mostremos la tendencia de repetir patrones de comportamiento. Por ejemplo, si crecimos con buenos tratos, será poco común que permitamos abusos a nuestra persona o que maltratemos a nuestros hijos; pero también, por el contrario, si fuimos criados con violencia, repetiremos ese tipo de acciones con los demás, incluyendo nuestras parejas e hijos, en nuestro rol de padres o madres.

Estos patrones o esquemas vienen entonces de nuestro pasado familiar, se forjan en nosotros desde el inicio de nuestras vidas, cuando somos pequeños, y nos brindan información necesaria para comprender el mundo y las interacciones con los demás. Por eso cuando interiorizamos estos patrones, se convierten en parte de nosotros y los efectuamos sin cuestionarlos o reflexionar en ellos.

Pero este camino no tiene porqué ser indefectible…Lo ideal sería, si somos madres o padres, detenernos a pensar en estos patrones, de donde vienen, que tan buenos o contraproducentes fueron para nosotros, que tan adecuados son para las exigencias del mundo actual, y atrevernos, en caso necesario, a cambiar nuestros esquemas a la hora de convivir con nuestras familias.

Reconocer lo que no nos gustó en nuestra infancia, lo que nos lastimó, lo que no nos gustaría transmitir a nuestros niños, y coadyuvar desde esta esfera aparentemente privada, individual, con la necesaria transformación de la sociedad en la que vivimos.

Creo que es importante que en nuestro país pensemos en el tema, porque aún persisten las prácticas de crianza tradicionalistas, en las que la autoridad de los padres es rigurosa, estricta e incluso se torna agresiva imponiendo poder a los hijos, concibiendo el castigo físico como algo “necesario” que hace más bien que mal; o por el contrario, encontramos prácticas de crianza “modernas”, donde los padres delegan en los hijos responsabilidades de cuidado que aún no les competen, ignoran sus necesidades básicas, y suplen su ausencia con la provisión de bienes materiales en abundancia ( juguetes, tecnología, actividades extraescolares, moda, etc..)

Pensaría que el paradigma de familia que estos “tiempos difíciles” nos requieren, es uno que parta de reconocer la libertad, la autonomía y la responsabilidad progresiva de nuestros hijos; es decir, que se ubique en el margen del respeto total.

Esta concepción no debe mermar la autoridad parental ni debilitarla, siempre y cuando esta se sostenga precisamente en el respeto, la firmeza y el amor, y no en la violencia, el uso de la fuerza y el avasallamiento.

¡Hasta la próxima semana!




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