26.Enero.2017
LA FAMILIA Y LA PREVENCIÓN DE LA VIOLENCIA
Por
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11.Septiembre.2018



Acabo de leer varias noticias sobre niños que llevan armas a las escuelas y ponen en riesgo la vida de sus compañeros y maestros, en Nuevo León, Guerrero, Yucatán y, tristemente, en una céntrica escuela en el puerto de Veracruz, todas con el mismo modus operandi: un anuncio previo de la acción en redes sociales.

Sin duda, el evento de la semana pasada a manos de un jovencito en la ciudad de Monterrey, que decidió acribillar a sus compañeros, a su maestra y después pegarse un tiro, nos está revelando que esta sociedad empieza a desmoronarse y que el hilo siempre se romperá por lo más delgado: la niñez y la juventud.

Y la ola de imitación del hecho empieza a gestarse, y los grupos en internet como la Legión Holk y otros se refuerzan.

Hay múltiples miradas y análisis: que si se trata de un hecho patológico, que si tiene que ver con “falta de valores” en la familia del muchacho, o incluso, que todo es culpa del internet.

Veo con preocupación las peticiones de padres de familia de implementar el operativo “mochila” en todas las escuelas, o de poner cámaras de vigilancia en los salones (cómo la que existía en el aula del chico de Monterrey y que no sirvió para maldita la cosa, más que para filtrar el video y viralizarlo).

La realidad horrible, que el violento acto de Federico nos puso frente a los ojos, es que como país, como sociedad, tiene mucho pero mucho tiempo que hemos soltado nuestra responsabilidad como Estado y como padres de familia. Y es que la violencia contra los chicos tiene ya mucho tiempo instalada en la realidad nacional: los niños sicarios, las víctimas infantiles concebidas como “daños colaterales” de la lucha contra el narco, los niños migrantes que se la rifan viajando solos sorteando toda clase de peligros, los “ninis”, las niñas y niños víctimas de la trata y la pornografía infantil, nos hablan de la terrible indefensión en la que se encuentran millones de niños y jóvenes en este país, cuya muerte prematura no parece ser suficiente para encender un verdadero foco de alerta y una política concreta de atención.

Qué urgidos están nuestros niños y jóvenes que, cómo Federico, de muchas maneras desesperadas nos hacen saber que más que controles represivos y vigilancia requieren de un acompañamiento cálido, de más escucha, de más presencia, de más guianza adulta o parental, de escuelas que verdaderamente representen sitios donde se viva el goce por convivir y aprender juntos.

Tal vez mucho del problema se origina en los hogares de estos “tiempos difíciles” con padres siempre ocupados, ausentes, que generan niños y adolescentes con múltiples necesidades no atendidas y frustraciones no gestionadas. También por supuesto hay responsabilidad del Estado, de los medios de comunicación, de las escuelas, pero es en la familia donde se enseñan y se arraigan en la conducta de los niños y jóvenes conceptos tales como la autoestima, el respeto, la solidaridad y la empatía.

Tal vez ya sea tiempo de que empecemos a asumir la responsabilidad que nos toca a cada uno: padres, educadores, Estado; y empecemos a mirar a nuestros niños y jóvenes como lo que son, nuestro reflejo y nuestro futuro.

¡Hasta mañana!


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