Imposible no referirme a este tema, después de lo ocurrido este fin de semana con motivo de la asunción al poder del impresentable Donald Trump. Como muchos connacionales, esperaba con cierto temor que esta ceremonia tuviera un rebote todavía más fuerte en las de por sí débiles finanzas del país, o que el magnate elevado a presidente hiciera una referencia nueva y más ofensiva para México, alejada de toda diplomacia.
Pero no fue así…Su discurso inaugural fue plano, poco retórico, fiel reflejo de la pobreza neuronal del cerebro que lo escribió, y por lo menos no tuvo más referencias específicas hacia México que las que ya conocemos desde la campaña; lo que si expresó este desangelado discurso fue la oficialización de una nueva política económica, en la que Estados Unidos se encierra sobre sí mismo.
Su discurso no proclamó la unidad nacional o una identidad común basada en las raíces democráticas y la Constitución americana.
Antes bien, lo que reveló fue el caudillismo trumpiano, al presentar al nuevo presidente como una especie de salvador y refundador de la patria, al estilo de otros líderes más del espectro latinoamericano como Chávez, Perón, Fujimori, y otros.
En la ceremonia había mucha tensión, poco público y muchos policías, y en el pódium sólo rostros blancos. En algún momento de su discurso, el caudillo gringo denotó su mesianismo al señalar que su gobierno y su persona estarían “protegidos por Dios”, como si Dios mismo hubiera venido a prometérselo.
Trump asusta al mundo: Estados Unidos dejó de ser una nación para admirar, para convertirse en una que debemos temer, con un loco autócrata al frente del poder, con sus impulsivas manos peligrosamente cerca del tablero nuclear.
Pero en medio de este ensombrecedor panorama del viernes, también fue refrescante ver a las mujeres del mundo, madres de familia, y a muchos hombres de bien, levantarse en protestas multitudinarias en las principales ciudades de Estados Unidos y del mundo, en la defensa de los derechos de las minorías, la libertad y la igualdad, rechazando los desplantes machistas del nuevo presidente.
Son sin duda “tiempos difíciles”, pero si nos alejamos de la visión catastrofista también representan una ventana de oportunidad, especialmente si como país decidimos apostarle a las generaciones de niños y jóvenes, preparándolos para moverse exitosamente en este mundo de cambios, e incrementar la productividad y la competitividad.
