07.Noviembre.2016
LOS MILENNIALS Y EL DESENCANTO POLÍTICO
Por
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“¿Cómo pudieron llegar las cosas tan lejos en Veracruz?”, me preguntó hace unos días mi hijo de veinticinco años. Su pregunta me provocó una mezcla de tristeza, indignación y vergüenza. Creo que el ejercicio de reflexión que Veracruz necesita en estos “tiempos difíciles” pasa forzosamente por la autocrítica, por mirarnos al espejo y reconocernos parte del problema. La apatía ciudadana, la falta de valentía para denunciar y protestar, la poca participación hasta que las cosas tomaron un cariz insostenible, también nos hace cómplices.

Los políticos de este país debieran darse cuenta de que la generación del milenio podría definir las elecciones del 2018, y tendrían que estar pensando en cómo rescatarlos del desencanto político que los hechos les provocan.

Por lo pronto, yo no creo que la corrupción sea un problema idiosincrático o cultural, sino más bien me parece que es un problema sistemático y que no es privativo de nuestros políticos, sino que tiene que ver con las decisiones que tomamos día a día. Visto así, entonces hay algo que todos podemos hacer.

Creo que la clave para salir de este problema está en la educación, pero no me refiero a la educación escolar, sino a la que se recibe en la familia. Creo que para que nuestros jóvenes puedan empezar a ver una luz en medio de tanta oscuridad, nos corresponde a los adultos mostrarles que podemos redefinirnos de otro modo.

Si alguien puede cambiar este país, son precisamente sus jóvenes. Pero para eso tienen que asumir su responsabilidad, y ejercer su ciudadanía. Que el interés por obtener su credencial de elector cuando cumplen dieciocho años tenga más que ver con adquirir el derecho de participar políticamente, que con el de tener una identificación que les permita entrar a los antros.

Y a sus padres nos corresponde mostrarles que la ciudadanía se ejerce todos los días, y que como ciudadanos tenemos que exigirnos, pues es muy fácil olvidar que lo somos. Cada vez que no nos quejamos de algo injusto o que nos molesta; cada vez que no le exigimos a los gobernantes y a los legisladores que cumplan con su rol de representantes nuestros; cada vez que no nos informamos para tener sustento al opinar, estamos dejando de ser ciudadanos.

Hay que involucrarse, y ésta es una tarea diaria. En la familia, los niños y jóvenes deben aprender a salir de su burbuja y a empatizar con las historias de los otros, a entenderse parte de algo más grande.

Involucrémonos todos en la búsqueda de un cambio, que haga que para nuestros nietos y bisnietos estas historias de impunidad correspondan al pasado de sus padres y sus abuelos.

¡Hasta mañana!


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