22.Julio.2016
VACACIONES
Por
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Hace cuarenta años, cuando se terminaba el ciclo escolar transcurrían dos largos meses (a veces dos y medio) para que empezara el nuevo período lectivo, y los niños y niñas de antaño éramos verdaderamente libres y felices.

Para mí, era una época especialmente gozosa, pues mi abuela recibía en la casa a sus otros ocho nietos, y eso era el paraíso del juego y la diversión infantiles.

Pasábamos la mayor parte del día jugando en el patio de las casas y en las calles, trepados en las bardas y los árboles; o excursionando en las azoteas de los vecinos, y con múltiples salidas vespertinas a la playa, a los parques, al Viejo Acuario, al Malecón, al Parque Viveros… Inolvidables los sábados y domingos de matinés en el cine Veracruz; los helados de la nevería Yucatán en el parque Zamora y las excursiones en el penacho del Indio. Recuerdo unas vacaciones en que nos enfrascamos en el proyecto de construirnos una casa en el framboyán más frondoso de la cuadra; el siguiente año fueron las batallas entre las niñas y los niños del barrio por ocupar ese espacio.

Pasamos por todas las modas infantiles y juveniles de esparcimiento: las bicicletas, los patines, las patinetas, los patines gringos de bota y ruedas en el centro; pero también nos poníamos creativos y proliferaban los juegos improvisados, las ciudades de plastilina que construíamos en las jardineras de la abuela; las tardes de ciencia recolectado insectos en frasquitos; el “stop”, las escondidas, “el avión”, las canicas, y los álbumes con estampitas. Y los libros, los libros que devorábamos en las tardes estivales, y que hicieron de esos tiempos del verano épocas tan disfrutables.

¿Televisión? Sí, pero muy poca. Si acaso en los tiempos de espera, hasta que todos terminaran de comer y pudiéramos reencontrarnos en las calles para seguir el juego; o los escasos días de lluvia en que, después de jugar un rato en los charcos cazando guarasapos o con barquitos de papel, mi abuela nos hacía entrar a la casa para darnos un buen baño y después nos prohibía salir.

Sin duda, los tiempos han cambiado. Los chicos se quejan lastimeramente si tienen que estar veinte minutos fuera de casa, despegados de sus videojuegos y pantallas. Y si acceden a salir, llevan sus gadgets con ellos.Tal vez debiéramos sugerir a la familia, en estos días de vacaciones, un día, sólo uno, “sin dispositivos”. Estoy segura de que todos, los grandes y los chicos, después del desconcierto inicial, nos asombraríamos al descubrir que el aburrimiento puede ser un acicate para la creatividad, la ensoñación y la percepción del entorno con nuestros propios sentidos, sin los filtros de Instagram o Snapchat.

Es verdad que los niños de estos “tiempos difíciles”, por motivos de seguridad, no pueden jugar en las calles con la misma libertad con la que sus padres y abuelos lo hicimos, así que debe ser una responsabilidad parental dedicar tiempo a organizar salidas con nuestros hijos y sus amigos, bajo nuestra supervisión y vigilancia, a lugares al aire libre donde puedan jugar sin restricciones, dándoles su espacio.

El verano puede ser una oportunidad para dejar de lado el consumismo, y recuperar el aprecio por las cosas simples, pero que dejan huella en nuestra personalidad y recuerdos agradables para toda la vida.

Y hablando del asunto, informo a los amables lectores mercuriales que estaré ausente de este generoso espacio por una semana completa, esperando estar de regreso renovada y con nuevos bríos en los primeros días de Agosto.

¡Felices vacaciones!



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