16.Julio.2016
LOS DIVORCIOS DIFÍCILES
Por
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Cuando sus padres se separaron, ella tenía dos años. Hoy tiene siete. No puede recordar mucho de los tiempos que antecedieron al divorcio, pero los que conocimos a la pareja cuando estaban casados sabemos que eran un matrimonio como muchos, donde el padre trabajaba y la madre era ama de casa; la niña había venido a completar la familia y era la adoración de su papá.

Durante el divorcio, pelearon por la custodia de la pequeña, pero el Juez decidió concedérsela a la madre. El padre prefirió dejar su trabajo en la burocracia para evitar que le descontaran un porcentaje de su salario en pago de una pensión alimenticia, y ahora trabaja aquí y allá, pasando cantidades mínimas de dinero para la manutención de la niña para evitar, según él, que su exmujer se lo gaste con su nueva pareja.

La niña vive con su mamá en un pequeño cuarto; ya conoció a dos “novios” de su madre, pero las relaciones no prosperaron. La mamá trabaja diez horas fuera de casa y la pequeña pasa sola la mayor parte del tiempo; sólo ve a su padre un sábado cada quince días y añora que lleguen esos momentos porque además de lo mucho que lo quiere, son los únicos espacios de diversión y recreación que tiene porque su papá la lleva al parque o al cine. Lo único que no le agrada es que casi siempre le habla mal de su mamá, aunque finalmente las cosas se compensan porque la madre también, siempre que puede, habla con ella con mucha amargura contra su padre.

Por desgracia, este relato de la vida de una pequeña niña refleja lo que ocurre en la vida de muchos pequeños. Al parecer, los divorcios transcurren de un modo muy parecido a como han sucedido las cosas durante la relación. Si la violencia, el desacuerdo, la incomprensión, la exigencia, el maltrato, el desprecio o la indiferencia eran el “pan nuestro” de todos los días, esos mismos elementos estarán presentes cuando se concrete la separación. Y la batalla continuará: las partes buscarán ganar, acabar con el enemigo, desarmarlos, herirlo de muerte hasta que pida perdón y pague el precio de la mutua rabia.

En medio de esa batalla quedan los niños, y sufren mucho, muchísimo…No porque el divorcio los perjudique en sí mismo. Ellos no se manejan por parámetros económicos, morales o religiosos, ni tienen perjuicios o son sensibles al “qué dirán”.

Lo que los lastima y deja heridas para siempre en su memoria afectiva es el enojo que destilan sus papás, hasta el punto de olvidarse de ellos. Quedan atrapados en los sentimientos egoístas de sus padres, que muchas veces los usan para llevar a cabo estrategias concebidas para descargar odio y rencor contra el otro progenitor a quien, por supuesto, el niño ama.

En la pelea por los hijos, lo último que los padres tienen en cuenta son las necesidades específicas de éstos. Los niños son vistos como un bien negociable, al mismo nivel que una cantidad de dinero. De hecho, “hijos” y “dinero” son las dos variables presentes en los juicios de divorcio o separación.

¿Triste, verdad? Creo que simplemente nunca debiéramos poner a los niños en esa situación. Cuando hay un divorcio, los que nos separamos somos los adultos. Pero siempre seremos padres de nuestros hijos, y ese debiera ser un vínculo amoroso indestructible y un aliciente poderoso para que, en aras del cariño que les tenemos y por su bien, pudiéramos arreglar nuestras diferencias conyugales de otra manera.

¡Hasta mañana!


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