07.Julio.2016
LA OBEDIENCIA INFANTIL
Por
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Aún sigue siendo una preocupación de los adultos que nos ocupamos de los niños, padres, maestros y cuidadores: la obediencia. Creo que el mundo de hoy nos demanda deconstruir esta necesidad, pues concebir a los niños como sujetos de derechos y no objetos de cuidado nos lleva a ello.

Pensemos juntos: ¿cómo definimos la obediencia? Tiene que ver con respetar, acatar y cumplir la voluntad de otro, del que manda; es el sometimiento a los deseos y necesidades de alguien más poderoso. En términos llanos, mediante la obediencia el más débil, en este caso el niño, obedece al más fuerte que emite órdenes sobre cómo se debe vivir, como hay que comportarse y con quien relacionarse.

Concebimos entonces que esta subordinación de los niños a la voluntad de sus padres y otros adultos, es natural. Es una forma de integración al grupo familiar, pues al acatar los mandatos de los adultos, los niños acabarán acomodándose a su moral y a sus necesidades, y habrán obtenido beneficios como el de ser aceptados.

Desde la mirada de la Convención de los Derechos de los Niños, un “niño” es cualquier persona menor de 18 años, que si bien por la vulnerabilidad inherente a la etapa de desarrollo en que se encuentra, requiere de ciertas medidas de protección especial por parte de los adultos, es también sujeto de derechos como la salud, la alimentación, la educación, y la participación, y en aras de este último, su opinión y su voluntad sobre las cosas que le atañen, debe de ser respetada.

En la mirada moderna sobre la infancia, los niños deben ser protagonistas de su propio desarrollo.

Desde esta perspectiva, cuando los adultos pretendemos someter a los niños a pautas rígidas de obediencia, del corte de “porque te lo mando yo que soy tu madre”, estamos llevándolos a perder su propio pulso, a dejar de escuchar la voz interior que les hace únicos, auténticos, para tratar, con grandes esfuerzos, de adaptarse a la modalidad y la voluntad de los mayores.

La obediencia puede ser incluso peligrosa. En principio, porque sus métodos suelen ser quebrantadores del espíritu infantil: el castigo, la amenaza, el chantaje. Más bien, los padres debiéramos estar siempre abiertos al diálogo, a la negociación, a la rectificación y el reconocimiento de nuestros errores, y sobre todo, a respetar el derecho de los niños a recibir explicaciones adecuadas a su edad.

Yendo más allá, educar en la obediencia puede llegar a ser un peligro y un escollo para la edificación de la sociedad libre y democrática a la que aspiramos. Las personas obedientes asumen que la autoridad tiene derecho a marcarles sus acciones y no deben cuestionarla ni levantarse contra ella, aún si es injusta. ¿Este es el perfil de ciudadano que requerimos en estos “tiempos difíciles”?

Si queremos educar a nuestros hijos como personas libres, con criterio propio y capaces de revelarse ante la injusticia, no deberíamos poner la obediencia entre nuestros valores prioritarios. Finalmente, el único que debiera ser obedecido, es el corazón.

¡Hasta mañana!


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