En mi relación con muchas familias con niños maternales y preescolares, he podido detectar la preocupación (casi obsesión) de algunos padres por enriquecer o potenciar la inteligencia de sus niños desde que son muy pequeños, lo que es una finalidad loable que a veces encuentra cauces equivocados.
Por ejemplo, algunos padres tienen expectativas (que muchas veces, en el fondo, están sustentadas en el ánimo competitivo de la sociedad de hoy), de que sus niños aprendan cuanto antes los números, a leer, a colorear sin salirse del borde, a escribir sin salirse de la raya...
Piensan que cuanto antes se empiece a trabajar de forma sistemática con la lectura y la escritura, esto se traducirá en mejores resultados académicos, y exigen a las maestras de la guardería o del Jardín de Niños que “le pongan tarea” y que le pidan un cuaderno de actividades.
En principio, yo creo que tenemos algunas confusiones o malentendidos sobre este asunto, pues partimos de la falsa presunción de que los niños empezarán su aprendizaje sobre la lecto-escritura cuando lo decidan los adultos, y que los niños sólo aprenden algo cuando se les enseña.
Lo cierto es que los niños inician su aprendizaje del sistema de escritura en los más variados contextos, porque la escritura forma parte del paisaje urbano, y la vida urbana solicita continuamente el uso de la lectura. Así, los niños urbanos de cinco años generalmente ya saben distinguir entre escribir y dibujar; dentro del complejo conjunto de representaciones gráficas presentes en su medio, son capaces de diferenciar entre lo que es dibujo y lo que es “otra cosa”. Que a ese conjunto de formas que tienen en común el no ser dibujo, lo llamen “letras” o “números” no es lo crucial a esa edad. Más importante es saber que esas marcas son para una actividad específica que es leer, y que resultan de otra actividad también específica que es escribir.
Con demasiada frecuencia en estos “tiempos difíciles”, los adultos no respetamos el ritmo natural de la infancia, y forzamos a una educación precoz con efectos nocivos.
A la hora de plantearnos a qué edad debe aprender a leer o escribir un niño, es importante tener claro que está comprobado que en los niños que escriben desde temprano, el aprendizaje de la lectoescritura sacrifica y deja de lado la creatividad y la curiosidad.
Así que tal vez más que preguntarnos si debemos o no enseñarlos a leer y a escribir antes de los seis años, tendríamos que preocuparnos por dar a los niños ocasiones de aprender: rodearlos de un ambiente lector, leer todos los días un poco por placer, dejar que tomen con libertad sus libros cada vez que lo deseen, y respetar sus esfuerzos por escribir a su modo. Y sobre todo confiar en que, a su tiempo y a su ritmo, la lengua escrita, que es parte de nuestro patrimonio cultural, tomará su lugar en las vidas de nuestros hijos, sin presiones ni prisas.
