En fechas recientes hemos sido testigos de varios hechos terribles que nos llevan a reflexionar una vez más sobre nuestro papel como especie superior sobre la Tierra.
El 21 de mayo, en un zoológico de Santiago de Chile, un joven desequilibrado mentalmente entró a la jaula de los leones para suicidarse, motivando el sacrificio de dos ejemplares en aras de salvarle la vida. Este hecho desencadenó el cuestionamiento generalizado de los protocolos de los zoológicos, que no tienen a los animales en recintos suficientemente protegidos y que además indican que ante el riesgo de una vida humana deben ser sacrificados.
La misma lógica imperó en el conocido caso del gorila Harambe, apenas una semana después de los sucesos de Chile, en el zoológico de Cincinnati. Un niño de cuatro años logró entrar al recinto del gorila de 17 años de edad, que a juicio de los etólogos nunca tuvo realmente una conducta agresiva contra el pequeño, pero que tuvo que ser sacrificado para protegerlo.
El caso movió a la opinión mundial no sólo a repensar nuevamente los protocolos de seguridad de los zoológicos, sino también a cuestionarnos incluso la validez de su existencia misma.
En México también hicimos nuestra aportación a esta ola depredadora mundial: el 30 de mayo la tigresa “Shakira”, un raro ejemplar femenino de tigre de bengala albino, murió en el zoológico Yumká, de Tabasco, a causa de una atención veterinaria negligente. En este zoológico han muerto 113 animales del 2013 a la fecha.
Y tan sólo un día después, en un templo budista las autoridades de Tailandia rescataron 137 tigres de diferentes especies, que eran sedados y obligados a interactuar con los turistas que se paseaban y se tomaban fotos con los animales, encontrando además los cadáveres congelados de 40 crías.
Me da una inmensa tristeza pensar en lo injusto que ha sido el rol depredador que los seres humanos hemos jugado contra las otras especies que viven en el planeta: destrucción de su hábitat, caza furtiva y el tráfico de la vida silvestre, que está siendo impulsado por grupos de la delincuencia organizada (es común que los capos de estas mafias tengan zoológicos privados o animales salvajes como “mascotas”).
Es momento de tomar acciones. En estos “tiempos difíciles” los gobiernos en todos sus niveles necesitan ampliar sus esfuerzos para proteger la vida silvestre. Pero los ciudadanos también tenemos que tomar parte, y hacer lo que nos toque. Educar a nuestros hijos en el respeto y la conservación es fundamental. Nuestras acciones colectivas podrán hacer la diferencia entre la desaparición o la supervivencia de muchas especies.
