15.Enero.2018
APRENDER A VIVIR SIN PRISAS...
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Después de un corto receso Navideño, ésta representa mi primera columna escrita en el flamante 2018, y todavía estoy llena de resabios de los buenos deseos, parabienes, mensajes optimistas, bendiciones y expectativas positivas de los que se llenan los primeros días del año. Así que antes de continuar, empiezo por desearles a todos los lectores mercuriales un año lleno de amor, salud y prosperidad.

Pasé una Navidad hermosa con la familia, que creció con nuevos miembros este año. Con la visita de los suegros de mi hija, que no son mexicanos, decidí revivir muchas tradiciones de Navidad que ya había abandonado, con la finalidad de mostrarles un poco de nuestra cultura.

Así que hubo intercambio de regalos, acostamiento del Niño Dios en Nochebuena, cantamos Posada, rompimos piñatas, decoré la casa con motivos navideños (un uso que había dejado en el olvido, porque prefería gastar ese recurso en la comida que en la ambientación), y el seis de Enero partimos en familia una rica rosca de Reyes.

Mis hijos, jóvenes hombres y mujeres alrededor de sus treinta años, estaban encantados. Así que la experiencia me dio pie a pensar lo importante que es preservar los ritos y las tradiciones que nos unen alrededor de una mesa o una festividad como familia, que nos identifican y nos ayudan a estrechar los lazos de cariño.

Las tradiciones son sin duda, más importantes de lo que creemos tanto para los niños como para los adultos… Representan anclas de estabilidad y significado en estos “tiempos difíciles”, y son las cosas que verdaderamente quedan guardadas en nuestra memoria afectiva.

Pero ya concluyó el consabido puente “Guadalupe-Reyes”, y ahora estoy retomando el ritmo, de regreso al trabajo y a la vida cotidiana.

Desde mi ventana, puedo contemplar la cima del Pico de Orizaba y la blancura invernal del cofre de Perote, y es como si la Naturaleza reforzara ese pensamiento renovado con el que estoy recibiendo este año, a pesar de tantos pronósticos desfavorables y de lo agitado que se presenta en ámbitos como lo económico, lo político, lo electoral, lo climático…

Las dos majestuosas montañas que tengo frente a mí parecen invitarme a darme cuenta de todo lo que la vida nos ofrece cuando lo sabemos apreciar, sin prisas, sin intenciones utilitarias, en paz y sólo porque sí.

Y cómo siempre que se inicia un nuevo ciclo, en la esperanza de tener 365 días por delante “con el favor de Dios”, como decía mi abuela, es obligado empezar a pensar qué queremos lograr y cómo queremos vivir estos doce meses.

Personalmente, inspirada en el Pico y en el Cofre, mi único propósito para este año que comienza es aprender a vivir sin tanto acelere, más en paz… Tomarme las cosas con calma, y vivir sin prisas para realmente vivir y disfrutar cada una de las cosas que hago, tanto en el trabajo como en la convivencia con la familia y los amigos.

¡Hasta la próxima semana!



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