02.Noviembre.2017
NOVIEMBRE Y LA FINITUD...
Por
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Noviembre para mí es un mes de contrastes: La vida que encontramos en los campos en estos tiempos de cosecha, las lunas grandototas y luminosas de este mes, las lluvias y vientos que anuncian el equinoccio de otoño, por un lado, y por el otro, la mexicanísima tradición de Día de Muertos, que nos recuerda dentro de los ciclos de la tierra nuestra propia mortalidad.

Es imposible no reflexionar, en medio de esta atmósfera, en nuestra finitud. Para mí, el momento en que tuve real conciencia de ello, fue el día en que murió mi madre. Mi mente suele ser práctica y objetiva, y prefiero no recrear los momentos que me afectan o me duelen, pero en estos días no pude menos que volver a vivir el dolor de su partida…

Recuerdo de esa día la llamada de mi tía, el cuidado que puso en el tono de su voz y la manera en que me dio la noticia, y como a pesar de todo no pudo evitar mi reacción de salir corriendo del evento de capacitación en el que estaba, sin explicarle a nadie el motivo, y que manejara como en una nube hasta mi casa.

Como tuve que compartir la noticia con mis hijos, esperar a que se organizaran para poder salir a Veracruz, las llamadas con las hermanas de mi madre para pedirles que se encargaran de todo en tanto yo llegaba. Y después, recuerdo como en una bruma lo que siguió: velatorio, misa de cuerpo presente, carroza fúnebre hasta el crematorio, y finalmente, la reunión en su casa con toda mi familia…

Pero creo que pensar en ese evento es innecesario, porque lo cierto es que no pasa un día sin que yo tenga un pensamiento o una conversación con ella…La pongo al día de las vidas de sus amados nietos, de sus logros, de sus problemas; le pido consejo o protección; le sigo agradeciendo sus ejemplos y enseñanzas. Le cuento de las vidas de sus hermanos y hermanas, de la fuerza física que todos tienen a pesar de su avanzada edad; de cómo siguen siendo exitosos, productivos y admirables a pesar de ser ancianos y ancianas.

Le platico de bodas, bautizos y velorios de amigos y familiares; de cómo va creciendo la familia, y la pongo el día de los que emprenden el inevitable viaje para que los reciba…

Creo que a mi mamá no podría haberle puesto un altar el Día de todos Santos, de los difuntos “grandes”. En todo caso, a ella debiéramos homenajearla el día de los muertos “chiquitos”, porque siempre tuvo alma de niña, a juzgar por su transparencia, la pureza de intención que tuvo siempre, su alma de poeta, su capacidad para percibir lo que otros no podían ver, y la especial conexión que siempre tuvo con los niños pequeños.

Pero tal vez no le hubiera gustado que la recordáramos así, porque “lo suyo, lo suyo, lo suyo”, era más bien celebrar la vida. Así que les invito a que celebremos la vida siempre, nos reunamos con aquellos que amamos (antes de los velorios) dejando de lado rencores y malas vibras, porque, como lo hemos meditado en estos días, la vida se acaba.
¡Hasta la próxima!



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