19.Enero.2017
LA SOLEDAD DE NUESTROS HIJOS
Por
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Cómo a muchos padres de familia, los hechos de ayer en el Colegio Americano del Noreste en Monterrey, me conmocionaron profundamente.

Federico era el nombre de este adolescente de 15 años, que hoy sabemos estaba en tratamiento antidepresivo, y que disparó contra su maestra y tres compañeros más, quitándose después la vida.

Creo que nuestra atención, más que en juicios hacia el chico o su familia, debe centrarse en la salud mental de nuestra sociedad, y en los mecanismos de protección que requieren los chicos al interior de sus familias y escuelas.

A mí el hecho me llevó a pensar en las repercusiones que tiene la soledad en la vida de nuestros hijos, en estos “tiempos difíciles” en los que podemos tener al alcance de nuestras manos la posibilidad de comunicarnos al otro lado del mundo o con quien queramos con solo un click, pero que sin embargo no nos aleja de esta sensación de profunda soledad que padecemos tanto los adultos, como los chicos.

Por el contrario, aunque sin satanizarlas porque también han aportado muchas cosas buenas a sus vidas, las redes sociales también han aislado a nuestros adolescentes.

Aunque no podemos generalizar, me parece que si han tenido algo que ver en esta tendencia a estar solos o a no tener la capacidad de relacionarse en vivo y en directo con los demás.

Son muchos los chicos que pasan gran parte de la tarde solos, porque tanto la madre como el padre trabajan. Los padres se sienten muy orgullosos de que sus hijos sean muy independientes, pero muchas veces estamos hablando de muchachos y muchachas que no tienen cubiertas del todo sus necesidades afectivas, de reconocimiento, y canalizan este vacío en lo digital, para no pensar, no sentir, y desconectarse de su realidad.

Los chicos de estos tiempos están viviendo en una mayor soledad a diferencia de sus padres y sus abuelos, tan sólo porque las familias han reducido sustancialmente el número de hijos: de cinco a siete que solían tener a mediados del siglo pasado, a un promedio de 1.7 en las familias de clase media del siglo XXI.

Aparejado a ello, las jornadas laborales de los padres cada vez más largas, y la necesidad de trabajar de parte de la madre, nos hablan de una mayor soledad, que deja entonces de ser una elección, y se convierte en una condición obligatoria.

Si esta soledad se mezcla con el “mal del siglo” que es la depresión, la combinación puede ser fatal. Los padres ausentes, porque también viven deprimidos, y no tienen las capacidades emocionales para estar con sus hijos aunque físicamente estén, también provocan en ellos esta sensación de soledad profunda. Paradójicamente, los niños están listos para estar solos, cuando han estado lo suficientemente acompañados.

Los hijos no son mascotas, que sólo necesiten alimento y techo y puedan esperar hasta que tengamos tiempo para atenderlos y acompañarlos…Son un compromiso, una responsabilidad, y requieren de nosotros la combinación de calidad y cantidad de tiempo compartido.

En mi trabajo con padres, siempre dicen querer lo mejor para sus hijos, y cuando les pregunto qué es eso me refieren conceptos como una mejor educación, que tenga las cosas que ellos no tuvieron, o una lista de objetos…No hay la concepción de que tener un hijo es tiempo, es estar, y de que para poder estar con alguien es indispensable y fundamental tener contacto emocional, y para lograr eso se necesita el contacto físico, la presencia, verlos a los ojos y sentarnos y darnos el tiempo para observar, preguntar y escucharlos.

La adolescencia es el primer corte de caja de lo que pasó durante la niñez, y gran parte de esa conexión forzosa para un desarrollo emocional saludable de nuestros hijos, se dará en los primeros años de la vida.

Ese acompañamiento será la garantía para que sean adolescentes y adultos que se sientan plenos y que no necesiten vivir tapando huecos internos, o terminen sintiendo que ese vacío los absorbe.

¡Hasta mañana!



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