Que estamos en una sociedad consumista y del “aparentar” es sabido por todos… Que un niño de menos de 10 años puede conocer y diferenciar diez marcas de diversos productos antes que diez especies de flores es triste, pero que como sociedad y como individuos sigamos en esa inercia sin hacer nada es preocupante.
La cuestión es que estamos inmersos en un sistema consumista, y en esta temporada navideña se hace terriblemente notorio; hay filas larguísimas en las cajas registradoras de los supermercados, no cabe un alfiler en las plazas comerciales y todo el mundo gasta a manos llenas cayendo en la espiral de la contaminación y el consumismo.
En estos “tiempos difìciles”, nos hemos convertido en una sociedad en la que los valores que se transmiten son los del poder y los de "tanto tienes tanto vales", y se difunden desde la publicidad hasta la educación familiar y escolar.
El proceso productivo se alimenta de las materias primas de la Naturaleza; sin embargo no se respetan sus tiempos ni sus ciclos, y arrasamos con todo.
Las familias necesitamos reflexionar que tanto estamos criando máquinas de consumo, niños que cada año piden a “los Reyes Magos” un nuevo celular o una nueva consola de videojuegos, y desechan los que tienen aún funcionando. Niños que nunca fueron enseñados a pensar, ni en la familia ni en la escuela, en la magnitud de la crisis ecológica que atravesamos, las reglas del mercado en cuando a la explotación de los recursos naturales ni en el consumo responsable.
No pretendo ser chapucera ni “grinch”, pero creo que es importante que en esta temporada de consumismo sin control hagamos un alto, y enseñemos a nuestros niños a construir hábitos de consumo distintos, pero no con palabas sino con nuestras decisiones de compra, pues los problemas medioambientales nos atañen a todos, chicos y grandes.
Pongamos en boga nuevamente el slogan que dice “regale afecto, no lo compre”; compremos sólo lo que vayamos a consumir y manejemos los desechos y la basura con conciencia ecológica.
