Creo que todos los padres de familia, esperamos que nuestros hijos e hijas crezcan y se conviertan en personas útiles, que aporten a la sociedad, buenas personas además de buenos profesionales, con respeto y con valores. Pero…¿cómo se aprende, en estos “tiempos difíciles”, a ser respetuoso o responsable? ¿Se pueden enseñar la honestidad y la solidaridad? ¿O es algo que viene en el ADN o la genética?
Los seres humanos somos seres gregarios, sociales, que necesitamos a los demás para sobrevivir. Y en esta convivencia, todo lo que hacemos y lo que otros hacen nos afecta mutuamente, por lo cual tenemos que aprender a ser responsables de nuestro actuar.
Por eso es que yo creo que la educación de los niños debe de empezar desde lo emocional, con la identificación de reconocer y apreciar lo que ellos sienten y lo que sienten los demás, y en reconocer que debe haber límites en nuestra actuación cuando de otros se trata.
Y estos límites los chicos los empiezan a conocer a través de las normas de convivencia, y aunque en un principio las acepten sólo por respeto a los adultos que las dictamos, poco a poco irán poniéndolas a prueba y cuestionándolas. Peculiarmente si no observan congruencia en los adultos entre los dicho y lo hecho. Los chicos sólo conservarán en su vida aquellas normas que consideren consistentes y pertinentes, construyendo su propio marco de referencia sobre lo bueno y lo malo, lo permitido y lo prohibido, lo deseable y lo condenable…
Por lo tanto, a los padres nos toca estar muy conscientes de esta educación inconsciente que no cesa jamás: la que brindamos a través de nuestro ejemplo, de nuestros actos y palabras, con los que configuramos la verdadera escala de valores de nuestros hijos.
Así, en la medida en que los padres y cuidadores practiquemos (porque la prédica es insuficiente) el reconocimiento de las necesidades de los otros, el respeto a nuestros sentimientos y emociones y los de los demás, escuchemos a nuestros hijos aun cuando sus puntos de vista contraríen los nuestros, seamos justos y promovamos la gratitud y la reciprocidad, estaremos favoreciendo en ellos el desarrollo de un criterio ético autónomo.