08.Noviembre.2016
PRESENTES PERO AUSENTES
Por
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Es quizás una de las actitudes más comunes en estos “tiempos difíciles”, provocada por el uso indiscriminado de la tecnología, el ritmo agitadísimo de nuestras vidas, o las preocupaciones cotidianas… Estar pero en realidad no estar, estar presentes pero permanecer distantes emocionalmente.

Y si entre adultos este comportamiento lesiona gravemente nuestras relaciones, el efecto que tiene sobre nuestros hijos puede llegar a ser devastador. Los niños, aún los bebés, tienes una especie de radar o chip que les permite detectar cuando los padres realmente no estamos para ellos.

A veces estamos físicamente ahí, pero permanecemos emocionalmente inaccesibles, ocupadísimos con nuestras “cosas de grandes” ( trabajo, televisión, redes sociales, problemas de pareja o económicos, etc…) y desconectados del momento presente. Esta conducta nos impide ”conectar” con nuestros hijos y enterarnos de lo que les pasa, lo que sienten, lo que les preocupa.

El problema es que parecemos no darnos cuenta de que esta forma de relación se asienta en nuestras vidas y se convierte en la dinámica cotidiana, y cada vez nos vamos separando más y más…Cuando nuestros hijos crecen, y surgen los problemas relacionales y de comunicación reales, queremos dar marcha atrás pero ya es imposible.

Dicen los psicólogos que el efecto más inmediato en los niños de esta conducta es sentirse rechazados. El rechazo golpea la autoestima, que es vital para nuestra salud emocional y social.

Los chicos necesitan, para crecer sanos, aceptación, contacto físico, mirada y palabra, tiempo compartido de calidad. Si no reciben esto, se sentirán defraudados, traicionados, muy enojados, pero sobre todo, muy solos.

Y cuando un niño recibe rechazo desde su infancia, se convierte en un adulto con un vacío emocional muy grande, e incluso pueden adoptar comportamientos realmente riesgosos (como las adicciones, o una vida sexual insana, por ejemplo).

Para prevenir estas conductas, lo único que tenemos que hacer es aprender a estar realmente con ellos, con el corazón, el cuerpo y la mente.
Y aunque parece una verdad de Perogrullo, no siempre es fácil de cumplir.
Pero tampoco se trata de exagerar, o de sentirnos culpables porque con eso no se arregla nada. Es claro que tenemos que hacer cosas en la casa y fuera de ella, que hay que trabajar, y no se puede, aunque se quiera, estar cien por ciento presente.

Pero si tendríamos que hacernos algunas interrogantes en la búsqueda del necesario equilibro: ¿ponemos primeros nuestras necesidades que las suyas? ¿Cuándo estamos en casa, compartiendo tiempo con ellos, estamos accesibles, disponibles, o nuestra atención y pensamientos están en otro lado?

Hay algunas cosas básicas para evitar el ausentismo parental: la primera es escucharlos y mirarlos siempre a los ojos cuando nos hablan o les hablamos. Otro asunto fundamental es el contacto físico: los abrazos, las caricias, los besos. Y por supuesto, las palabras. Hablar todos los días con ellos, preguntarles por sus actividades, contarles las nuestras, pero sobre todo, encontrar las palabras para hacerles sentir que los amamos incondicionalmente.

¡Hasta mañana!


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