Muchas de las mamás de estos “tiempos difíciles”, tiene siempre sueño y se cansan. Algunas de ellas no saben coser ni pegar botones, lavar a mano, ni remendar calcetines. Hoy son cada vez más las mamás en su derecho que deciden que quieren continuar con su carrera profesional, así como mantener su vida social y no renunciar a su espacio; y lo mejor es, que no se sienten culpables por ello.
Son madres que no piensan que la vida propia debe dejarse de lado. Para ellas, el anhelo de seguir teniendo una mínima parcela de vida propia, no es inconcebible.
Y así, batallan por hacer a un lado las culpas maternas, y defender su derecho a ser mujeres, además de madres.
Forman parte del “Club de las malas madres”: mujeres reales que sufren en el cuerpo y el postparto, que enfrentan la crianza con amor y compromiso pero no sin cierto agobio, y que hacen malabares para poder atenderlo todo, pues lidiar con la vida personal y además la laboral a veces da resultados caóticos.
Continuamente por mi trabajo platico con muchas madres jóvenes que viven este dilema, y me queda claro que falta mucho por hacer en el tema de la conciliación entre la vida personal y la laboral de las mamás de hoy. Despidos improcedentes, falta de flexibilidad laboral, y discriminación, son las constantes batallas que tienen que emprenden muchas mujeres que se enrolan en esta “doble jornada”.
En datos duros, 41 por ciento de las madres que no trabajan por cuenta ajena o autónoma, lo hacen por que deciden dedicarse al cuidado de los hijos.
En cambio para las que deciden intentar conjugar estos dos roles, muchas veces lo que sucede es que ser madres se convierte, de alguna forma, en una penalización en su profesión.
Luchan durante años por llegar a un punto o alcanzar una meta, y cuando llegan, el reloj biológico llama, y entonces empiezan a ser un problema para la empresa.
De acuerdo con la experiencia, las “ayudas” por parte de la empresa no se da realmente en la reducción de la jornada.
Entonces descuidan uno u otro rol, y sus vidas se tornan en un caos, hasta que buscan la solución y terminan por dejar la vida laboral, volverse autónomas y emprender un negocio propio, o esforzarse titánicamente para intentar atender trabajo y familia, engrosando así el “Club de las malas madres”.
Es claro entonces que faltan iniciativas que permitan conciliar ambas facetas, dar la batalla para conseguir más tiempo para estar con los hijos y guiarlos, sin dejar de lograr el reconocimiento profesional.
Como una de las fundadoras de este club, con cuatro hijos y veintiocho años de vida laboral ininterrumpida, les comparto a mis sucedáneas que si bien el camino es difícil y algunas veces desmoralizante, no deben perder la esperanza, pues se puede luchar por atender uno y otro rol.
Mientras, sigan abriendo brecha y siéntanse orgullosas de pertenecer, como muchas, a este orgulloso club.