Sé que cuesta trabajo reconocerse como tal, pero muchas veces, las mamás caemos en esa actitud. Se nos olvida nuestro rol como pilares en la educación de los hijos, y lejos de fomentar una madurez personal y una seguridad en sí mismos, somos capaces de anclar pesadas cadenas y boicotear su independencia física y emocional.
Cuando actuamos así, somos consideradas “madres tóxicas”.
Haciendo un examen de autoconciencia, he de reconocer que si bien con mis hijas mujeres nunca tuve esa tendencia, con mis hijos varones algunas veces sí.
Las madres toxicas hostigan, son inmaduras, y proyectan en su prole inseguridades para reafirmarse ellas mismas y poseer el control sobre su propia vida y la de sus hijos.
Suelen esconderse en una clara falta de autoestima y autosuficiencia que les obliga a ver en sus hijos esa “tabla de salvación” a la cual modelar y controlar para tener siempre a su lado, para que cubran sus carencias.
Este tipo de madres, por lo general, buscan hijos perfectos, exitosos y obedientes, en los cuales proyectarse; poseen una obsesión por el control, y son incapaces de ver y poner límites.
Suelen ser sobreprotectoras, impiden la autonomía de los niños, chantajean y manipulan cuando se dan cuenta de que sus hijos comienzan a ser autónomos, o bien de que ya no las necesitan tanto como ellas quisieran.
Las madres tóxicas también tienen una proyección de deseos incumplidos donde suelen repetir cosas como “quiero que tengas lo que yo no tuve”, o “no quiero que cometas mis errores”.
Para salir de esa toxicidad, quizá el primer paso sea crear conciencia de ello y querer cambiar de actitud. Romper ese ciclo reconociendo el origen, casi siempre nuestras heridas y carencias durante la infancia. También es importante trabajar en actitudes como la tolerancia, el respeto y la paciencia.
Procurar no agobiar, no controlar, dejar que fluyan las situaciones, dejar que se equivoquen, que se hagan fuertes a partir de sus propios errores.