Cuando el hermano más chico de mi madre enviudó, se quedó solo con cinco hijos a su cargo. Como madre de cuatro hijos, conozco la dificultad del asunto, y le admiro enormemente pues pudieron salir adelante solos. Pero hay que decir que cada uno de mis primos tenía un despertador que les anunciaba la hora de levantarse, y que nunca podían irse a la cama sin levantar los trastes de la cena y dejar sus uniformes listos para el día siguiente, para no tener ningún retraso en el desayuno.
Mi tío les dejaba a todos y cada uno una lista de deberes pegada en el refrigerador, y al terminar de desayunar, debían dejar sus camas tendidas y sus trastes lavados antes de irse a la escuela.
Desde muy pequeños, les enseñó a usar una lavadora, tender su ropa, y hacerse cargo de que estuviera guardada en el lugar indicado. Siempre los hizo responsable de conservar el orden en sus propias cosas: sus útiles, su ropa, sus cuartos.
Hoy en día, podemos observar lo contrario. Las mamás nos quedamos sin voz llamándolos varias veces por la mañana para que estén listos. Actualmente, por lo general, la mayor parte de los niños se acuestan tarde por ver televisión o estar conectados a internet.
¿Se ocupan de su propia ropa? Claro que no. Somos las mamás quienes debemos vigilar que el uniforme esté limpio para el día siguiente, así como también encargarnos de todo lo demás. Hoy los hijos creen ser merecedores de todo. Y no tienen mayor responsabilidad que su escuela. ¿Qué hemos hecho mal?
Hoy las madres estamos agotadas tras asumir toda la responsabilidad como nuestra. Elaboramos un discurso en el que al educar a nuestros hijos quisimos ahorrarles trabajo y sacrificio, sin darnos cuenta que sin estos conceptos no aprender a volar, a ver el esfuerzo de sus papás, y sobre todo a compartirlo.
Acostumbramos a nuestros hijos a recibir todo por obligación. Nunca han conocido la escasez y el “cómprame”, es siempre complacido. Pareciera que son habitantes de un hotel con todo incluido, desde ropa limpia hasta internet y televisión. Contundente ejemplo de ello son los “ninis”, aquellos que ni estudian ni trabajan y viven aún en casa, a costa de sus padres.
Como padres confundimos el amor y nos dedicamos a hacer felices a nuestros hijos, y a resolverles la vida. Así los hacemos dependientes e inútiles. Si seguimos en esa línea, solo fomentaremos su exigencia y egoísmo, más no su autonomía.
Como papás es importante entender que los hijos no son el centro del universo ni son merecedores de todo. Son integrantes de una familia que tiene compromisos y responsabilidades. Hagamos memoria: de niños nosotros éramos más respetuosos con nuestros padres. Con una sola mirada frenaban cualquier intento de irreverencia. Cumplíamos con nuestras obligaciones, teníamos responsabilidades, y colaborábamos con las de la familia.
Si olvidábamos anotar la tarea, era básicamente nuestro problema, al cual debíamos hacer frente en el salón de clases, al día siguiente.
Hoy las mamás tienen que sentarse a hacer la tarea, preocuparse por comprar la monografía, y si los hijos no anotaron lo que tenían que llevar para el día siguiente, las madres tendrán que conseguirlo a través de otras mamás.
Mamás y papás se han convertido en sirvientes de sus hijos, en lavaplatos y “tiendecamas”.
Inculquemos a nuestros hijos ese sentido de trabajo en equipo, de que la casa es de todos y todos tienen responsabilidad doméstica, de que las cosas con trabajo se ganan y sobre todo, de una independencia y autonomía para que sean capaces de crecer con una escala de valores diferente, y así sean capaces de vivir mejor en estos “tiempos difíciles”.