Septiembre es el mes de la Patria, pero lo cierto es que apenas en las cercanías de las fechas relevantes como el día 13, Día de los Niños Héroes, o los días 15 y 16, fechas en que se conmemoran el inicio y la conclusión de la Independencia de México, empezamos a sentir los aires festivos.
Así, cómo otro daño colateral de la infortunada visita de Donald Trump, este jueves el presidente dará el Grito de Independencia desde el balcón presidencial del Palacio Nacional por cuarta vez desde su administración, frente a un Zócalo seguramente lleno de acarreados y paleros, mientras otras voces sonarán en otra magna concentración frente al Ángel de la Independencia pidiendo su renuncia.
En Xalapa, el gobernador saliente tendrá que montar un escenario similar: una Plaza Lerdo “a modo” con acarreados de las colonias pagados a razón de 200 pesos per cápita, para evitar las muestras populares de repudio y reprobación.
Y es que a pesar de tan adverso escenario nacional, la fiestas patrias terminan convertidas en un pretexto para tirarnos al jolgorio, al tequila y los antojitos, el pozole y los chiles en nogada, pintarnos la cara con la banderita tricolor y sacar rebozos y sombreros de charro, en una exacerbación de la mexicanidad y las cosas que nos dan identidad: la comida, la música, las tradiciones, la cultura, y nadie quiere pensar o reflexionar en cuál es la verdadera situación de nuestro país, dónde quedó la independencia que decimos celebrar, cómo saldremos adelante en este maremágnum de corrupción, impunidad y delincuencia organizada…
Estos días de patrioterismo no son para este tipo de pensamientos. Los fuegos artificiales y el brillo de las lentejuelas de los trajes de china poblana no nos permiten ver ni oír algo distinto.
Por mi parte, en los últimos años cada vez me cuesta más trabajo encontrar ánimo para celebrar algo; a riesgo de parecer aguafiestas me parece que el pretexto de la independencia del país es casi anacrónico en estos “tiempos difíciles”, con un mundo globalizado y economías interconectadas e interdependientes. Además, la descomposición social, la corrupción indignante y la frustración de ver la impunidad con que ocurre, la pobreza lacerante, la depredación de nuestra riqueza natural sin que nada la detenga, sabotean mis ganas de celebrar en estas fechas.
Sin embargo, no dejo de reconocer que este hermoso país donde me tocó nacer es más que eso, es mucho más que sus políticos corruptos e ineficientes y su población ignorante y a veces salvaje, sufridora y apática. México también es grandeza, historia, fortaleza, capacidad de resiliencia, de trabajo; riqueza natural, belleza majestuosa, vibrante, y un pueblo alegre, musical y risueño. Un país con una gran diversidad cultural, gente con una gran sensibilidad artística, un país de olores, colores y sabores únicos, brillantes.
Así que, aún con el mal sabor de boca que me provoca la realidad política, económica y social, elevaré con muchos connacionales la voz y el pensamiento con un sentido grito: ¡Viva México!
