13.Septiembre.2016
EL MACHISMO Y LA FAMILIA
Por
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Este fin de semana quedó más que claro cómo un gran sector de la población vive “a sus anchas” en la sociedad patriarcal y machista, y por eso no tolera no siquiera la idea de que haya otras maneras de vivir y ver el mundo.

¿Qué tanta responsabilidad tenemos las familias en la transmisión y perpetuación de estos “valores”? Como padres nuestra responsabilidad es grande, y los mensajes que les damos con nuestros actos acaban por determinar fuertemente su manera de ser y de ver la vida.

Hay roles transmitidos de generación a generación que no han cambiado a pesar de las nuevas ideas sobre género. Por ejemplo, el rol de las mujeres de servir y atender a los hombres, y el de los varones de que su principal función es el de ser proveedores.
Cuando tenemos hijos e hijas, casi de manera inconsciente, les damos un trato y una educación diferenciada. Un día mi hija mayor me hizo notar esto, y avergonzada, tuve que admitir que era verdad.

Pero a pesar de la influencia de la familia en estas ideas sobre los roles de género, lo importante sería también darle a nuestros hijos la libertad para entender y aplicar su criterio propio. Estos “tiempos difíciles”, en los que hay matrimonios y uniones de muchas clases, cambios en las circunstancias económicas y en el desarrollo social, obligarán paulatinamente a un rompimiento con las concepciones tradicionales, acercándonos al ideal de que hombres y mujeres compartamos los deberes y las responsabilidades del cuidado de los hijos, la casa y la economía.

Los padres, y especialmente las madres, podríamos empezar por estar atentos a esos sutiles “micromachismos” cotidianos, para irlos eliminando. Cosas aparentemente tan inofensivas como elegir colores azul si es niño o rosa si es niña; o que sólo las mujeres de la casa se ocupen de limpiar y alimentar a la tribu; o pedirle al hermano que “cuide” a su hermana; o tolerar en el padre o en los hijos varones el malhumor manipulativo (“ya se enojó tu papá”)…

Para todos, padres e hijos, el proceso de “desaprendizaje” de estos comportamientos será complejo, y requerirá de mucha autocrítica, observación, voluntad y diálogo. Pero si nos lo proponemos, seguramente será muy liberador.

En la búsqueda de la equidad, los padres podríamos empezar a hacer algunos cambios en la crianza, como enseñar tanto a los niños como a las niñas a llevar a cabo las diferentes tareas del hogar: cocinar, lavar los platos, barrer y trapear; rotar las asignaciones de las tareas del hogar, para que sean tareas de todos los integrantes de la familia, y no sólo de la madre; elaborar reglas que todos, sin distinción de sexo, deban cumplir.

Con medidas como éstas daremos un paso adelante y podremos aspirar a que nuestros hijos e hijas sean más justos, más solidarios, más receptivos, más críticos, más igualitarios, y por lo tanto, así sea también la sociedad en la que vivan.

¡Hasta mañana!


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