Entre los ejes del Nuevo Modelo Educativo 2016, están las áreas de desarrollo personal y social, y dentro de ellas, se contempla como asignatura, con tiempo lectivo asignado, el desarrollo emocional.
Aparentemente esto parece un gran acierto, pues es sabido que la base de desarrollo cognitivo o intelectual, es el equilibrio de las emociones. Esto aplica para los bebés, y también para los adultos.
Sin embargo, hay varias cosas que me saltan cuando pienso en el desarrollo emocional como asignatura escolar. La parte más importante será el desarrollo emocional de los propios docentes. Los niños aprenden del ejemplo, no del dicho. Pero en estos días, el mundo de los adultos (padres y maestros) no es precisamente el más equilibrado o regulado en términos de autocontrol de las emociones.
Para poder mostrar a los chicos la gestión emocional, tenemos que preocuparnos por volvernos emocionalmente competentes, y ser muy respetuosos del mundo emocional de los pequeños.
Tendríamos que empezar además a aclarar que es lo que busca este contenido al impartirse en las escuelas. ¿Pretenderá realmente que los chicos aprendan a reconocer y ser conscientes de sus emociones, o moldear niños “bien portados”? Muchas de las conductas infantiles que tanto nos molestan a los adultos (los berrinches de los pequeños, la rebeldía de los adolescentes), son reacciones perfectamente normales que corresponden a un estado evolutivo o incluso, en ocasiones, son respuestas a circunstancias anormales por las que están transitando (una mudanza, una enfermedad, los problemas maritales de los padres, violencia intrafamiliar, etc…).
Cuando los maestros tildan de patológico que un niño de cuatro añitos no quiera estar sentado y se esté moviendo todo el tiempo, y lo etiquetan como “hiperactivo” o con transtorno de déficit de la atención, ahí tenemos un problema.
Creo que más que “educar” emocionalmente a los niños, los adultos encargados de su desarrollo y cuidado debiéramos preocuparnos por atender sus necesidades emocionales. Si esta premisa se cumpliera, la gestión correcta de las emociones sería una consecuencia natural.
La inteligencia emocional se consolidará de manera natural si los niños, desde la más tierna edad, cuentan con padres amorosos, que los miran y los escuchan, que se relacionan positivamente con ellos, con mucha atención y buen trato.
Pero en estos “tiempos difíciles” muchos niños y niñas enfrentan muchas adversidades: partos deshumanizados, escolarización tempranísima ( desde los 45 días de nacidos) y durante largas horas; una educación conductista que ignora el llanto y las demandas de los bebés, la nefasta presencia de las pantallas en sus vidas; una presión escolar desmesurada, escaso tiempo libre para jugar, falta de contacto con la naturaleza, etc…sin mencionar otros problemas como la violencia, la pobreza y el subdesarrollo.
¿Los niños y niñas se podrán educar emocionalmente mientras no se atiendan estas causas? Francamente, lo pongo en duda. Sin embargo, sí creo que este espacio curricular, con maestros que se esfuercen primero por autoeducarse emocionalmente ellos mismos, podría convertirse en un necesarísimo reducto donde los pequeños puedan hablar con libertad de todo lo que les ocurre en casa, en la escuela, en el patio, para poder abordar y prevenir muchos conflictos y situaciones graves que pasan en las escuelas como el bullying.
Esperemos que el tema no se banalice, y termine con llevar a los pequeños a identificar sus emociones con emoticones.