Perseverante, independiente, trabajadora es la doctora Esperanza Hernández Delgado, Médico Gineco-Obstetra pionera en el puerto de Veracruz, quien se enfrentó a la misoginia de colegas para ejercer en un hospital.
La Doctora Esperanza Hernández abrió las puertas de su casa para compartir a EL MERCURIO DE VERACRUZ su historia de vida, logros y los retos que enfrentó para lograr sus metas profesionales en una época donde la mujer no podía votar y las que participaron en los inicios del feminismo en México las llamaban marimachos.
Si bien son otros tiempos los que viven actualmente las mujeres, donde el gobierno ha trabajado en la incorporación de políticas públicas con equidad de género, su historia es ejemplo de perseverancia e invita a las féminas a despertar y creer en ellas mismas.
Hernández Delgado es una mujer muy preparada con un gusto por las artes, aprendió ballet, a tocar el piano, la bandolina, guitarra y locución; lucida a sus 90 años platica que aún da clases, actividad que compaginó con la de médico la cual ejerció alrededor de 48 años, mientras que como docente lleva 65 años y contando.
SIEMPRE QUISO SER MÉDICO
Sonriendo confiesa que todavía no sabe de dónde le nació la idea de ser doctor, ya que en su familia no había médicos y en Veracruz solo había como 4. Recuerda que desde los 5 años decía “voy a ser doctora. Nunca se separó de mi pensamiento ser otra cosa más que doctor”.
Desde niña mostró interés por las artes, estudió la primaria en la Cantonal, se inscribió a clases de piano, de ballet y formó parte de una típica infantil (rondalla), donde aprendió a tocar la bandolina y la guitarra, actividades gratuitas que promovía el patronato de la Cruz Roja Mexicana, sin embargo, para las presentaciones requería de vestuarios, los cuales se hacia ella misma.
Su mamá, Maclovia, ejerció la docencia hasta casarse, pero el enviudar pronto y con una hija, hizo que regresara al puerto donde se instalaron en casa de la abuela materna. Tomó un curso de taquimecanografía y consiguió trabajo en una agencia aduanal para subsistir.
Uno de los momentos claves de su infancia que contribuyeron a reforzar su idea de ser doctora y a entender el valor del trabajo fue aproximadamente a los 11 años, cuando su mamá la llevó a su trabajo.
“Un día me dice ‘sabes que Esperanza siéntate. Tú te has vuelto muy exigente, todo quieres y tienes que tener una medida, así es que desde el lunes vas a trabajar conmigo, no vas a ir en toda la semana a la escuela” decisión que la inquietó.
“Había que ir a la aduana, unas grúas que a veces se caían los bultos, no había donde ir al baño, de donde tomar agua, el sol, puros hombres ahí trabajando, de ahí en la oficina”.
Al final de la semana, en casa le dijo “ya viste cual es mi trabajo, te voy a decir cuánto gano y en que se gasta”.
De esa experiencia que considera enriquecedora, sacó su conclusión, “dos cosas no me gustan, ni tener jefe ni hacer lo que mi mamá hace, yo voy a ser doctor”. Decidió dejar la típica y solo siguió con las clases gratuitas de piano y ballet.
QUERÍA SER PSIQUIATRA
Platica que al entrar a la Escuela de Medicina de la UNAM le daban tanto pánico los cadáveres que incluso estuvo a punto de desistir.
Eran 27 mujeres y mil hombres en la Escuela de Medicina “un encuentro traumático” expresó.
Menciona que su interés era estudiar la especialidad de psiquiatría. Relata que meses antes de graduarse acudió al Hospital General para visitar el pabellón de psiquiatría y familiarizarse pero se encontró con un colega que conoció en el servicio, quien la invitó al área de ginecología.
En el pabellón de ginecología conoció al doctor Rosendo Amor, a quien firmemente le dijo “no maestro yo voy a ser psiquiatra, no voy a ser ginecóloga” sin embargo, la convenció de quedarse en el área.
Esperanza Hernández subraya que la experiencia más impresionante que como personas debemos hacer, es aprovechar las oportunidades, quien no lo hace está perdido.
Oportunidad que aprovechó cuando conoció al Rector de La Sorbona, la Universidad de París, en la Facultad de Medicina, “nunca me había pasado que yo quería ir a la Sorbona y le dije ‘que bella oportunidad me da de conocer al rector porque yo quiero ir a la Sorbona’ quería estudiar en ese día todavía psiquiatría”.
“Como seguí yendo a ginecología, me encampanaron con la ginecología y ya cuando salí, a los 3 meses ya casi sabia operar”. Llamó al Rector de La Sorbona y le dijo que deseaba estudiar ginecología.
Estudió un año en París, lugar al que solo fue conociendo el idioma y sin saber dónde se quedaría.
Hernández Delgado perteneció a los grupos juveniles del PNR, ahora PRI, donde empezó a trabajar en la lucha del feminismo, “fue muy desagradable porque nos llamaban ‘marimachos’ porque queríamos ser iguales que los hombres”.
Con la especialidad en ginecología decide en 1953 regresar al puerto de Veracruz. “Aquí si encontré la gran misoginia”.
Pasó mucho tiempo para que fuera tomada en cuenta por los médicos de los hospitales donde laboró, el Serdán y posteriormente el Hospital Regional.
Relata que cuando abrieron en Hospital Regional no recibió invitación para integrarse al equipo médico, acudió con el presidente del patronato quien le dijo, “en mi hospital no entran mujeres”. Lo que no la hizo desistir pues acudió con el resto de los miembros del patronato quienes dieron su aprobación.
Al médico y presidente del patronato no le quedó de otra, sin embargo, las primeras tareas que le asignó fue de enfermería.
La doctora Esperanza fue invitada en 1955 a dar clases en la recién abierta Facultad de Medicina de la Universidad Veracruzana, donde una vez más sintió que sus capacidades y preparación fueron menospreciadas por ser mujer, ya que no le dieron la titularidad de clases era “adjunta a un maestro”.
UNA MUJER INDEPENDIENTE
Con la condicionante de que no dejaría la medicina, se casó con el doctor Alfredo Lenz del Río, el único del que recibió ayuda en el Hospital Serdán.
“Si yo tengo firmeza en mis convicciones, así se las hago plantear al otro”.
Subrayó que la independencia económica es muy importante, de lo contrario nos volvemos dependientes de nuestra pareja.
Durante su paso por el Hospital Regional se desempeñó como: Médico Adjunto, Jefe de Servicio, Jefe de la División de Gineco-Obstetricia, hasta secretaria general del sindicato.
Lo más satisfactorio para ella es poder ser la bandera de su familia, “externo lo que me enseñaron, externo como me lo enseñaron y externo para que me lo enseñaron. Ser una buena persona, lo que representaban ellos para mí”.
CONFIAR EN NUESTRAS CAPACIDADES
Pidió a las mujeres despertar y darse cuenta que tiene todas las capacidades para ser las mejores del mundo.
“Hay que creer en nosotras, nosotras tenemos grandes valores y no los sabemos apreciar y mientras no sepamos apreciar nuestros propios valores, el hombre no los va a saber apreciar”.